viernes, 14 de octubre de 2011

Pese a algunos contratiempos (como el abandono de Iwerks, quejoso de la explotación a que lo sometía Disney), el negocio iba viento en popa. En 1934, Disney emprendió un proyecto visionario: la producción de un largometraje que iba a ser el primero de la historia de la animación. Nadie se había atrevido a ello por los enormes costos que suponía; de hecho, la industria de la época consideró la idea una locura. Y, efectivamente, a mediados de 1937, el estudio se había quedado sin un céntimo.
 Disney tuvo que pedir un crédito para completar el millón y medio de dólares que costó. Pero ocurrió que, en taquilla, Blancanieves y los siete enanitos (1937) generó unos ingresos de ocho millones de dólares. No solamente había acertado como empresario, sino también como artista, porque Blancanieves y los siete enanitos resultó ser además una obra maestra, de altísimo nivel técnico, graciosa sensibilidad y gran soltura narrativa.



Los beneficios permitieron a Disney construir, dos años después, un inmenso estudio en Burbank, y producir, junto a los cortos de siempre, extraordinarios largometrajes (Pinocho, Fantasía,Dumbo, Bambi) que, sin embargo, no siempre produjeron beneficios.


Logró capear el temporal abriéndose a otros géneros, como los documentales, y en la década de los 50, con una situación más boyante, volvió a la carga con nuevos largometrajes de éxito: La Cenicienta, Alicia en el país de las maravillas, Peter Pano La dama y el vagabundo. Al mismo tiempo, las actividades de la corporación siguieron extendiéndose a otros ámbitos, como la películas con actores reales (La isla del tesoro, 1950; Veinte mil leguas de viaje submarino, 1954), la producción de programas para la televisión (iniciada en 1950) y una última idea megalómana, la de traer a la tierra su mundo de fantasía con la construcción de Disneylandia, que, inaugurado en 1955, fue lo que hoy llamaríamos el primer parque temático de la historia.


Más grandioso fue aún el proyecto de un nuevo parque en Orlando, Disneyworld, que no llegaría a ver concluido. Apartado en sus últimos años ya del trabajo directo en la animación y más centrado en los proyectos empresariales, en 1966 se le diagnosticó un cáncer de pulmón y falleció a los pocos meses. ElMago de Burbank, como se le llamaba a menudo, dejaba un solvente emporio empresarial que aún perdura. Y sus amables películas, repletas de fauna humanizada, siguen todavía poblando la imaginación de millones de niños.

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